miércoles, 8 de febrero de 2012
Escritor/a
(Soneto)
Tu, que abriste los ojos a la vida
con el divino don de la palabra.
Que escribes aquello que otros callan
en su justa razón y con medida.
Que siempre sueñas, desde tu venida
sin importar si el corazón te estalla.
Que no podrán puñales ni metralla
callar tu pluma con dolor o herida.
Tu palabra es la guía mas sentida
que no admite desmayos ni huída.
Capaz de soportar aún la batalla.
Tu espíritu no decae ni desmaya
y aunque grite y vocifere la canalla.
No callará tu voz. ¡Nunca vencida!
Tiziano
Marco Tiziano
Llegaste a nuestras vidas, tal vez un poco tarde,
pasado ya el otoño, el invierno avanzado,
con el cabello blanco, ya casi sin soñar.
Un día nos dijeron: serán de nuevo abuelos
y fue como si el sol volviera a calentar.
No creas que a los otros, Nicolás y Laurito
los quisimos distinto. No, sentimos el mismo amor.
Es sólo que con Nico era el fin del verano
y con Lauro el otoño, aún estaba allí.
En cambio tu llegaste cuando ya el frío invierno
nos aferraba aquí.
Sentí correr la sangre de nuevo por mis venas
y supe, no se por qué misterio.
¡Serás un hombre bueno, bueno como el que más!
Quizás como Laurito, o tal vez como Nico,
o como tu madre, que es muy buena hija,
que nos llenó de orgullo, dicha y felicidad.
Me hiciste recordar tiempos idos, lejanos.
Pensé, que alguna vez, acaso, fui para mis abuelos
motivo de sentir esta misma esperanza.
La vida nos transita impensados caminos,
Dios quiera que el tuyo sea recto, llano, florecido,
que triunfes y algún día tu estirpe, que es la nuestra,
se prolongue en el tiempo y te llene de orgullo.
(Como a nosotros).
Que puedas meditar como hoy lo hace tu abuelo
y sentir que el camino no fue un mero andar.
Que dejas una marca, aunque sea pequeña
y que un día tu nieto de ti se acordará.
¡Qué seas muy feliz! ¡¡ Muy feliz!!
Nada más.
Tus abuelos
Chiche y Osvaldo
El Regreso
Javier descendió del tren. Miró en derredor.
- Nada ha cambiado.- Pensó.
El viejo pueblo minero era mas mugriento aún que hace 15 años.
Echó el bolso al hombro y se alejó mientras dos pares de ojos, temerosos, lo observaban desde una ventana.
- Ha vuelto.- Dijo una voz varonil.- Nos va a matar.
Mientras él se alejaba buscando la casa que fuera suya.
La encontró. Solo una tapera quedaba.
- Pensar que por esto me hicieron pasar 15 años en la cárcel.- Pensó con tristeza y amargura.
Abrió el bolso y preparó la bomba mientras recordaba.
Una medalla partida brillaba en su mano.
Tenía todo calculado. No tenía un plan B como le aconsejó su compañero de celda. Los mataría a los dos y huiría por los cerros.
Esa noche llegó hasta una casa un poco más grande que las otras. Con cautela se aproximó, miró a través de la ventana y vio un anciano en una silla de ruedas, una mujer que, seguro fue muy hermosa en el pasado, pero que el tiempo le había estampado, uno a uno, estos quince años como cincelados por el buril de un escultor y un varón adolescente.
- ¡Un chico! Esto no lo esperaba.- Pensó.
Pero hizo a un lado el pensamiento, este era el momento que tanto había soñado.
Tocó el tirador de la puerta y abrió con lentitud. Un leve crujido de goznes sin aceitar lo delató y tres rostros se volvieron hacia él que con una soga delgada colgada del hombro y una bolsa de lona en la mano los miraba con aparente tranquilidad, sólo sus ojos eran dos carbones encendidos por un fuego alimentado por años de odio.
- Pasá Javier, te esperábamos.- Dijo el anciano con voz trémula.
Paseó su mirada sobre los tres rostros sin decir palabra: el viejo, el chico y la mujer. De pronto se paralizó. Su mirada volvió al joven y con sorpresa se vio reflejado en el, veinticinco años atrás. Su cabello, su boca y sobre todo sus mismos ojos celestes.
Con un nudo en la garganta se oyó preguntar:
- ¿Cómo te llamás?
- Javier, papá.
- ¿Eres mi hijo?- Preguntó con voz quebrada.
- Si.- Respondió la mujer.
Fue como un baldazo de agua fría.
- Mi hijo.- Musitó.
Vaciló.
Giró sobre sus talones y lentamente salió de la vivienda con la cabeza gacha.
Nicolás
Bandido
Primera parte
- Padre. Usted prometió regalarme el ternero que pariera Doncella.- La voz del niño se elevó unos decibeles mas de lo normal.
- Si, yo te lo prometí pero quiero preguntarte algo.- El padre esbozaba una sonrisa entre curiosa y orgullosa.
- Pregunte usted lo que quiera. Yo responderé. Si puedo.- El gesto del niño, entre respetuoso y altanero hizo que Don Salvador enarcara las cejas.
- Este chaval.- Pensó.- Apenas diez años y mira el carácter y la arrogancia que tiene.
Una media sonrisa iluminaba su rostro.
- ¿Para que quieres un ternero que seguro será defectuoso?
- Lo quiero para mí. Usted lo prometió.
Luego de pensar un momento, dijo:
- Mira hijo. Si sale defectuoso como su madre, te lo regalo, pero si sale como el padre, no. ¿Está claro? ¿Si? Pues no hablemos más.
Con cara mohína el chico respondió.
- Como usted diga, padre.
Todo comenzó unos cuatro o cinco años atrás, cuando una hermosa hembra de Miura quedó preñada y parió una ternera defectuosa. Doncella. Exhibía manchas blancas en su piel y tenía una pata mas corta de lo normal.
El pequeño niño, de casi seis años de edad, con una terquedad llamativa, convenció a su padre de algo que era tabú entre los criadores. Dejar vivir a un animal con defectos, ya que los genes podían trasmitirse y reaparecer en alguna generación posterior.
- Pero bueno.- Se dijo.- Le consiento casi todo al chavalillo y además, si Doncella queda preñada por casualidad y tiene descendientes impuros, irán al matadero.
La ternerita creció como un animal normal. Bravío y majestuoso. Enorme. Renga y negra con manchas blancas.
Por esas vueltas del destino, a los cuatro años sucedió aquello que no quería Don Salvador, quedó preñada y para colmo, de uno de los mejores toros del rancho y ahora estaba por parir. Según los veterinarios, el ternero sería muy grande.
Así fue. El torillo nació de buen tamaño y estampa, pero totalmente blanco, salvo por una mancha negra alrededor de un ojo. Por supuesto, fue regalado a Jesús, el hijo del dueño del rancho.
El animal pronto mostró la dualidad típica del toro de lidia. Hasta cumplir un año era agresivo como el que más. Con todos, excepto con el niño que jugaba con él y con Doncella como siempre.
Luego de ser separado de la madre, ya añojo, era sereno y manso con los vaqueros y especialmente con Jesús que le hablaba y acariciaba como a un potrillo. Juntos crecieron y pasaron las distintas etapas que la vida impone.
Todos en el rancho estaban asombrados de la relación. Jesús lo trataba como a su mejor amigo y Bandido, que así se llamaba el toro, le correspondía siguiéndolo como un perro.
Salvador intuyó que el animal era de los bravos.
Al cumplir dos años, ya eral, probó su fuerza y valentía en el derribo. Dos jinetes, persiguiéndolo a través del campo, le apoyaron la contera de una garrocha junto al nacimiento de la cola y empujaron varias veces sin conmoverlo. Cuando ya desistían, por un violento empujón dado con mucha habilidad, Bandido perdió el equilibrio y rodó por tierra.
Jesús rezaba para que el torito emprendiera la huída, pero no, no fue así. El novillo dio una voltereta, se levantó, rascó el piso con las pezuñas y arremetió contra los caballos, a uno de los cuales hirió de una cornada que atravesó el almohadón que le cubría el vientre.
Pese a que el niño pidió que le hicieran la tienta, prueba que se le hace a las hembras para ver la bravura de la generación y así salvarlo de ir al ruedo, Salvador no quiso y por más que Jesús rogó y suplicó, no hubo caso.
Ya cuatreño, se convirtió en el jefe del rebaño, bravío, pero nunca abochornó a los otros toros.
Su tamaño enorme lo destacaban del resto y su amistad con Jesús era la comidilla de todos.
Cierto día, un periodista, alertado por un peón, con una cámara fotográfica con teleobjetivo, hizo varias tomas y las publicó en uno de los principales diarios de España.
- “¿Hay un miura albino?”- Rezaba el título con rasgos destacados.
“Se dice que un cinqueño de casi 600 kilos, está listo para la corrida en el rancho El Toro Bravo”
Acompañaban al artículo varias fotos. En una de ellas se veía a Bandido con Jesús.
Su fama se extendió por toda la península.
Pronto llegaron las ofertas, algunas, millonarias.
El presidente de la Sociedad Española de Tauromaquia y el más importante empresario de corridas de toros se apersonaron en el rancho, traían una nota que entregaron a Salvador.
Segunda parte
El ruedo arde de euforia y sed de sangre.
Las graderías al completo. La gente grita y victorea a los diestros y picadores que cumplen con la misión de cansar y debilitar a los enormes y bravíos toros de Miura para que el matador finalice la corrida clavando el estoque en el punto justo de la cerviz y luego, la cola, pase a engrosar su lista de trofeos.
El torero, el matador, es Paquín, el Grande, sucesor de Gallito, Belmonte, Manolete, Paquirri y tantos otros.
En el toril, el enorme animal albino que presenta una mancha negra alrededor de su ojo derecho, una extraña mutación de la raza, de afilados cuernos y recia figura, se encuentra quieto, arrimado a las tablas de un costado.
Las pocas personas que admiran su porte y su estampa temible, asombrados por la quietud del animal, se preguntan si la lidia será tan difícil como pronosticaron.
- Bandido es un animal enorme, mucho más que el resto de los toros que faenarán hoy.- Dijo alguien.
- Y más bravo. Es un digno sucesor del temible “uro”, su ascendiente milenario.- El dueño mostraba su orgullo.- Pesa 600 kilos y nadie puede acercársele a menos de 10 metros, pues se desespera por cornearlo.- Exageró.
- ¿Cómo lo encerraron?
- Es algo increíble.- Don Salvador frunció el entrecejo.- Mi hijo, que juega con él desde chico, le habla y el toro entiende.
El interlocutor lo mira con ojos de suspicacia.
En ese momento, Jesús, se encuentra escondido detrás de las tablas, al lado del toro, murmura lleno de congoja.
- Ha llegado el día, Bandido, el día tan temido.
Introduciendo la mano entre los resquicios, rasca la oreja del animal que lo mira con fijeza.
- Aunque le pedí, le rogué a mi padre, la oferta que le hicieron para traerte era muy tentadora.- Lágrimas ardientes ruedan por sus mejillas.- Además, el rey le envió una nota.
- Me dijo que desde ahora no tendremos más problemas económicos. ¡El muy cabrón!
El toro resopla y mueve la cabeza. Parece decir:
- Es la vida que Dios me mandó.
El joven, llora sin parar.
Al fin, resignado, palmeándolo, murmura:
- Ahora ve, Bandido y demuéstrales tu valor.
El animal se aparta y enfila con mansedumbre hacia el túnel que comunica el toril con el ruedo.
De pronto se abre el portón de madera y la brillante luz del sol, enceguecedora, ilumina la estrecha vía de salida.
Un temblor, semejante a una corriente eléctrica, lo recorre. Sus ojos rojizos cobran vida, una vida que pide muerte. Su tamaño parece crecer. Una saeta blanca, furiosa, sale a la arena acompañada por el rugido de la multitud.
Una banda interpreta los acordes del pasodoble El Gato Montés.
El toro tiene un aspecto tan poderoso, que los espectadores hacen total silencio para admirarlo. Ni siquiera se escucha voz del anunciador. Parece que todos quieren rendirle un homenaje a esa bestia, de porte majestuoso, que en menos de media hora morirá y sólo será un despojo sangrante que saldrá del ruedo, arrastrado por uno o dos caballos.
Un fuerte aplauso se escucha y enseguida, tres banderilleros a pie y dos picadores a caballo, se acercan al animal que corre furioso de un lado a otro, arremetiendo contra todo lo que se mueve.
La corrida es tremenda.
Paquín ha demostrado sus condiciones de eximio torero, en dos oportunidades, con capeos y pases hizo un derroche de elegancia y valentía. Los cuernos afilados varias veces llegaron a rozar el traje de luces.
Una hora y media ha transcurrido y Bandido sangra en forma profusa por seis o siete heridas. Varias banderillas están clavadas en su lomo.
Tres banderilleros han sido corneados pero, cosa rara, a dos de ellos que volaron por el aire, en lugar de rematarlos, a último momento, en el instante mas crucial y sangriento, cuando los ayudantes se movían alrededor para llamar su atención, Bandido detuvo su avance, levantó la cabeza, miró hacia la cerca y se alejó como buscando una nueva presa. Así, los dos banderilleros salvaron la vida.
El público, ahora en un extraño silencio, sigue la sangrienta batalla.
Un jinete carga contra el Miura y clava la pica en el lomo, que brilla rojo a los rayos del sol.
Bandido ataca con furia, hunde los cuernos en el almohadón que protege las costillas del caballo y empuja con fuerza. El pobre animal, con los ojos desorbitados por el terror, cae de costado apretando la pierna del jinete. Varios ayudantes corren para sacarlo.
El toro rasca el piso con la pezuña de la mano y ataca furioso. El público presiente una desgracia. Dos ayudantes ingresan portando armas de fuego y en ese momento se escucha:
- ¡Bandido! ¡NOO!
De nuevo detiene su avance, levanta la cabeza como hiciera antes, dirige la mirada hacia un costado y se aleja en otra dirección.
Los capeadores y toreros continúan con su tarea de cansarlo.
Pocos minutos mas tarde, la pérdida de sangre y el cansancio hacen su efecto. Bandido, exhausto, la lengua colgando y la cabeza gacha, espera su destino.
En la entrada del ruedo aparece, nuevamente, Paquín, el Grande, para iniciar la ronda final.
Se acerca al toro que, agotado, lo ve acercarse, levanta su mano y toca la frente manchada de rojo. Dándole la espalda, se aleja en dirección al palco real. Ofrece el toro a la reina y luego, con capa, muleta y el estoque desenvainado, se acerca al soberbio animal.
El publico, en silencio.
No se escuchaban los clásicos “Olé”.
Toro y torero se miran con fijeza.
Paquín levanta el estoque.
Un silencio absoluto parece aplastar al público y al ruedo.
Cuando “el mataor” se lanza en mortal estocada, se escucha una voz juvenil:
- ¡Bandidooo!
El toro gira la cabeza en dirección al grito y la hoja de acero de Toledo ingresa por la paleta, golpea en el hueso y se desliza hacia abajo dañando músculos, tendones y cartílagos.
Bandido cabecea con fuerza. Paquín trastabilla, suelta la espada y apoya la mano derecha en la arena.
Sacando fuerzas de algún rincón de su herencia guerrera, Bandido carga contra el torero alzándolo en el aire. Una brisa gélida cruza sobre la arena manchada de sangre. El recuerdo de Dominguín calla aún más a la multitud.
En el silencio absoluto del ruedo se oye otra vez la voz.
- ¡BANDIDO! ¡NOOOO!
Una figura salta a la arena y la gente ve, horrorizada, a un joven correr hacia el toro. Este, desentendiéndose de Paquín, se vuelve hacia Jesús y avanza un paso con mucha dificultad.
Se escucha un grito:
- ¡Cuidado chaval que es muy peligroso!
Varias personas corren. Unos sacan al torero herido mientras otros rodean al animal ensangrentado y al joven.
Un ayudante que porta un fusil, creyendo que Bandido atacará al joven, apunta y dispara en el momento que un hombre mayor se tira sobre el arma.
Jesús se abraza a la cabeza sangrante. Una línea roja ha aparecido en el pecho del animal.
Alguien del público se pone de pie y grita:
- ¡Dejadle vivir, por Dios!
Otro espectador une su voz.
- ¡Que viva!
Pronto miles de voces gritan.
- ¡Que viva! ¡Que viva!
El espectáculo es terrible: un jovencito abrazado al animal, dos hombres caídos en la arena, Don Salvador y el guardia armado. Varias personas corren portando una camilla con el torero herido.
En el palco de honor, la alta figura del rey de España, de pie, alza ambos brazos y se escucha un toque de clarines mientras los dos hombres caídos se levantan sacudiendo sus ropas.
Final
Han pasado varios meses. En el rancho “El Toro Bravo”, apartado del resto de la manada, hay un nuevo semental.
Por una vez no se ha respetado la tradición centenaria.
Es blanco.
Camina con dificultad.
(Soneto)
Tu, que abriste los ojos a la vida
con el divino don de la palabra.
Que escribes aquello que otros callan
en su justa razón y con medida.
Que siempre sueñas, desde tu venida
sin importar si el corazón te estalla.
Que no podrán puñales ni metralla
callar tu pluma con dolor o herida.
Tu palabra es la guía mas sentida
que no admite desmayos ni huída.
Capaz de soportar aún la batalla.
Tu espíritu no decae ni desmaya
y aunque grite y vocifere la canalla.
No callará tu voz. ¡Nunca vencida!
Tiziano
Marco Tiziano
Llegaste a nuestras vidas, tal vez un poco tarde,
pasado ya el otoño, el invierno avanzado,
con el cabello blanco, ya casi sin soñar.
Un día nos dijeron: serán de nuevo abuelos
y fue como si el sol volviera a calentar.
No creas que a los otros, Nicolás y Laurito
los quisimos distinto. No, sentimos el mismo amor.
Es sólo que con Nico era el fin del verano
y con Lauro el otoño, aún estaba allí.
En cambio tu llegaste cuando ya el frío invierno
nos aferraba aquí.
Sentí correr la sangre de nuevo por mis venas
y supe, no se por qué misterio.
¡Serás un hombre bueno, bueno como el que más!
Quizás como Laurito, o tal vez como Nico,
o como tu madre, que es muy buena hija,
que nos llenó de orgullo, dicha y felicidad.
Me hiciste recordar tiempos idos, lejanos.
Pensé, que alguna vez, acaso, fui para mis abuelos
motivo de sentir esta misma esperanza.
La vida nos transita impensados caminos,
Dios quiera que el tuyo sea recto, llano, florecido,
que triunfes y algún día tu estirpe, que es la nuestra,
se prolongue en el tiempo y te llene de orgullo.
(Como a nosotros).
Que puedas meditar como hoy lo hace tu abuelo
y sentir que el camino no fue un mero andar.
Que dejas una marca, aunque sea pequeña
y que un día tu nieto de ti se acordará.
¡Qué seas muy feliz! ¡¡ Muy feliz!!
Nada más.
Tus abuelos
Chiche y Osvaldo
El Regreso
Javier descendió del tren. Miró en derredor.
- Nada ha cambiado.- Pensó.
El viejo pueblo minero era mas mugriento aún que hace 15 años.
Echó el bolso al hombro y se alejó mientras dos pares de ojos, temerosos, lo observaban desde una ventana.
- Ha vuelto.- Dijo una voz varonil.- Nos va a matar.
Mientras él se alejaba buscando la casa que fuera suya.
La encontró. Solo una tapera quedaba.
- Pensar que por esto me hicieron pasar 15 años en la cárcel.- Pensó con tristeza y amargura.
Abrió el bolso y preparó la bomba mientras recordaba.
Una medalla partida brillaba en su mano.
Tenía todo calculado. No tenía un plan B como le aconsejó su compañero de celda. Los mataría a los dos y huiría por los cerros.
Esa noche llegó hasta una casa un poco más grande que las otras. Con cautela se aproximó, miró a través de la ventana y vio un anciano en una silla de ruedas, una mujer que, seguro fue muy hermosa en el pasado, pero que el tiempo le había estampado, uno a uno, estos quince años como cincelados por el buril de un escultor y un varón adolescente.
- ¡Un chico! Esto no lo esperaba.- Pensó.
Pero hizo a un lado el pensamiento, este era el momento que tanto había soñado.
Tocó el tirador de la puerta y abrió con lentitud. Un leve crujido de goznes sin aceitar lo delató y tres rostros se volvieron hacia él que con una soga delgada colgada del hombro y una bolsa de lona en la mano los miraba con aparente tranquilidad, sólo sus ojos eran dos carbones encendidos por un fuego alimentado por años de odio.
- Pasá Javier, te esperábamos.- Dijo el anciano con voz trémula.
Paseó su mirada sobre los tres rostros sin decir palabra: el viejo, el chico y la mujer. De pronto se paralizó. Su mirada volvió al joven y con sorpresa se vio reflejado en el, veinticinco años atrás. Su cabello, su boca y sobre todo sus mismos ojos celestes.
Con un nudo en la garganta se oyó preguntar:
- ¿Cómo te llamás?
- Javier, papá.
- ¿Eres mi hijo?- Preguntó con voz quebrada.
- Si.- Respondió la mujer.
Fue como un baldazo de agua fría.
- Mi hijo.- Musitó.
Vaciló.
Giró sobre sus talones y lentamente salió de la vivienda con la cabeza gacha.
Nicolás
Bandido
Primera parte
- Padre. Usted prometió regalarme el ternero que pariera Doncella.- La voz del niño se elevó unos decibeles mas de lo normal.
- Si, yo te lo prometí pero quiero preguntarte algo.- El padre esbozaba una sonrisa entre curiosa y orgullosa.
- Pregunte usted lo que quiera. Yo responderé. Si puedo.- El gesto del niño, entre respetuoso y altanero hizo que Don Salvador enarcara las cejas.
- Este chaval.- Pensó.- Apenas diez años y mira el carácter y la arrogancia que tiene.
Una media sonrisa iluminaba su rostro.
- ¿Para que quieres un ternero que seguro será defectuoso?
- Lo quiero para mí. Usted lo prometió.
Luego de pensar un momento, dijo:
- Mira hijo. Si sale defectuoso como su madre, te lo regalo, pero si sale como el padre, no. ¿Está claro? ¿Si? Pues no hablemos más.
Con cara mohína el chico respondió.
- Como usted diga, padre.
Todo comenzó unos cuatro o cinco años atrás, cuando una hermosa hembra de Miura quedó preñada y parió una ternera defectuosa. Doncella. Exhibía manchas blancas en su piel y tenía una pata mas corta de lo normal.
El pequeño niño, de casi seis años de edad, con una terquedad llamativa, convenció a su padre de algo que era tabú entre los criadores. Dejar vivir a un animal con defectos, ya que los genes podían trasmitirse y reaparecer en alguna generación posterior.
- Pero bueno.- Se dijo.- Le consiento casi todo al chavalillo y además, si Doncella queda preñada por casualidad y tiene descendientes impuros, irán al matadero.
La ternerita creció como un animal normal. Bravío y majestuoso. Enorme. Renga y negra con manchas blancas.
Por esas vueltas del destino, a los cuatro años sucedió aquello que no quería Don Salvador, quedó preñada y para colmo, de uno de los mejores toros del rancho y ahora estaba por parir. Según los veterinarios, el ternero sería muy grande.
Así fue. El torillo nació de buen tamaño y estampa, pero totalmente blanco, salvo por una mancha negra alrededor de un ojo. Por supuesto, fue regalado a Jesús, el hijo del dueño del rancho.
El animal pronto mostró la dualidad típica del toro de lidia. Hasta cumplir un año era agresivo como el que más. Con todos, excepto con el niño que jugaba con él y con Doncella como siempre.
Luego de ser separado de la madre, ya añojo, era sereno y manso con los vaqueros y especialmente con Jesús que le hablaba y acariciaba como a un potrillo. Juntos crecieron y pasaron las distintas etapas que la vida impone.
Todos en el rancho estaban asombrados de la relación. Jesús lo trataba como a su mejor amigo y Bandido, que así se llamaba el toro, le correspondía siguiéndolo como un perro.
Salvador intuyó que el animal era de los bravos.
Al cumplir dos años, ya eral, probó su fuerza y valentía en el derribo. Dos jinetes, persiguiéndolo a través del campo, le apoyaron la contera de una garrocha junto al nacimiento de la cola y empujaron varias veces sin conmoverlo. Cuando ya desistían, por un violento empujón dado con mucha habilidad, Bandido perdió el equilibrio y rodó por tierra.
Jesús rezaba para que el torito emprendiera la huída, pero no, no fue así. El novillo dio una voltereta, se levantó, rascó el piso con las pezuñas y arremetió contra los caballos, a uno de los cuales hirió de una cornada que atravesó el almohadón que le cubría el vientre.
Pese a que el niño pidió que le hicieran la tienta, prueba que se le hace a las hembras para ver la bravura de la generación y así salvarlo de ir al ruedo, Salvador no quiso y por más que Jesús rogó y suplicó, no hubo caso.
Ya cuatreño, se convirtió en el jefe del rebaño, bravío, pero nunca abochornó a los otros toros.
Su tamaño enorme lo destacaban del resto y su amistad con Jesús era la comidilla de todos.
Cierto día, un periodista, alertado por un peón, con una cámara fotográfica con teleobjetivo, hizo varias tomas y las publicó en uno de los principales diarios de España.
- “¿Hay un miura albino?”- Rezaba el título con rasgos destacados.
“Se dice que un cinqueño de casi 600 kilos, está listo para la corrida en el rancho El Toro Bravo”
Acompañaban al artículo varias fotos. En una de ellas se veía a Bandido con Jesús.
Su fama se extendió por toda la península.
Pronto llegaron las ofertas, algunas, millonarias.
El presidente de la Sociedad Española de Tauromaquia y el más importante empresario de corridas de toros se apersonaron en el rancho, traían una nota que entregaron a Salvador.
Segunda parte
El ruedo arde de euforia y sed de sangre.
Las graderías al completo. La gente grita y victorea a los diestros y picadores que cumplen con la misión de cansar y debilitar a los enormes y bravíos toros de Miura para que el matador finalice la corrida clavando el estoque en el punto justo de la cerviz y luego, la cola, pase a engrosar su lista de trofeos.
El torero, el matador, es Paquín, el Grande, sucesor de Gallito, Belmonte, Manolete, Paquirri y tantos otros.
En el toril, el enorme animal albino que presenta una mancha negra alrededor de su ojo derecho, una extraña mutación de la raza, de afilados cuernos y recia figura, se encuentra quieto, arrimado a las tablas de un costado.
Las pocas personas que admiran su porte y su estampa temible, asombrados por la quietud del animal, se preguntan si la lidia será tan difícil como pronosticaron.
- Bandido es un animal enorme, mucho más que el resto de los toros que faenarán hoy.- Dijo alguien.
- Y más bravo. Es un digno sucesor del temible “uro”, su ascendiente milenario.- El dueño mostraba su orgullo.- Pesa 600 kilos y nadie puede acercársele a menos de 10 metros, pues se desespera por cornearlo.- Exageró.
- ¿Cómo lo encerraron?
- Es algo increíble.- Don Salvador frunció el entrecejo.- Mi hijo, que juega con él desde chico, le habla y el toro entiende.
El interlocutor lo mira con ojos de suspicacia.
En ese momento, Jesús, se encuentra escondido detrás de las tablas, al lado del toro, murmura lleno de congoja.
- Ha llegado el día, Bandido, el día tan temido.
Introduciendo la mano entre los resquicios, rasca la oreja del animal que lo mira con fijeza.
- Aunque le pedí, le rogué a mi padre, la oferta que le hicieron para traerte era muy tentadora.- Lágrimas ardientes ruedan por sus mejillas.- Además, el rey le envió una nota.
- Me dijo que desde ahora no tendremos más problemas económicos. ¡El muy cabrón!
El toro resopla y mueve la cabeza. Parece decir:
- Es la vida que Dios me mandó.
El joven, llora sin parar.
Al fin, resignado, palmeándolo, murmura:
- Ahora ve, Bandido y demuéstrales tu valor.
El animal se aparta y enfila con mansedumbre hacia el túnel que comunica el toril con el ruedo.
De pronto se abre el portón de madera y la brillante luz del sol, enceguecedora, ilumina la estrecha vía de salida.
Un temblor, semejante a una corriente eléctrica, lo recorre. Sus ojos rojizos cobran vida, una vida que pide muerte. Su tamaño parece crecer. Una saeta blanca, furiosa, sale a la arena acompañada por el rugido de la multitud.
Una banda interpreta los acordes del pasodoble El Gato Montés.
El toro tiene un aspecto tan poderoso, que los espectadores hacen total silencio para admirarlo. Ni siquiera se escucha voz del anunciador. Parece que todos quieren rendirle un homenaje a esa bestia, de porte majestuoso, que en menos de media hora morirá y sólo será un despojo sangrante que saldrá del ruedo, arrastrado por uno o dos caballos.
Un fuerte aplauso se escucha y enseguida, tres banderilleros a pie y dos picadores a caballo, se acercan al animal que corre furioso de un lado a otro, arremetiendo contra todo lo que se mueve.
La corrida es tremenda.
Paquín ha demostrado sus condiciones de eximio torero, en dos oportunidades, con capeos y pases hizo un derroche de elegancia y valentía. Los cuernos afilados varias veces llegaron a rozar el traje de luces.
Una hora y media ha transcurrido y Bandido sangra en forma profusa por seis o siete heridas. Varias banderillas están clavadas en su lomo.
Tres banderilleros han sido corneados pero, cosa rara, a dos de ellos que volaron por el aire, en lugar de rematarlos, a último momento, en el instante mas crucial y sangriento, cuando los ayudantes se movían alrededor para llamar su atención, Bandido detuvo su avance, levantó la cabeza, miró hacia la cerca y se alejó como buscando una nueva presa. Así, los dos banderilleros salvaron la vida.
El público, ahora en un extraño silencio, sigue la sangrienta batalla.
Un jinete carga contra el Miura y clava la pica en el lomo, que brilla rojo a los rayos del sol.
Bandido ataca con furia, hunde los cuernos en el almohadón que protege las costillas del caballo y empuja con fuerza. El pobre animal, con los ojos desorbitados por el terror, cae de costado apretando la pierna del jinete. Varios ayudantes corren para sacarlo.
El toro rasca el piso con la pezuña de la mano y ataca furioso. El público presiente una desgracia. Dos ayudantes ingresan portando armas de fuego y en ese momento se escucha:
- ¡Bandido! ¡NOO!
De nuevo detiene su avance, levanta la cabeza como hiciera antes, dirige la mirada hacia un costado y se aleja en otra dirección.
Los capeadores y toreros continúan con su tarea de cansarlo.
Pocos minutos mas tarde, la pérdida de sangre y el cansancio hacen su efecto. Bandido, exhausto, la lengua colgando y la cabeza gacha, espera su destino.
En la entrada del ruedo aparece, nuevamente, Paquín, el Grande, para iniciar la ronda final.
Se acerca al toro que, agotado, lo ve acercarse, levanta su mano y toca la frente manchada de rojo. Dándole la espalda, se aleja en dirección al palco real. Ofrece el toro a la reina y luego, con capa, muleta y el estoque desenvainado, se acerca al soberbio animal.
El publico, en silencio.
No se escuchaban los clásicos “Olé”.
Toro y torero se miran con fijeza.
Paquín levanta el estoque.
Un silencio absoluto parece aplastar al público y al ruedo.
Cuando “el mataor” se lanza en mortal estocada, se escucha una voz juvenil:
- ¡Bandidooo!
El toro gira la cabeza en dirección al grito y la hoja de acero de Toledo ingresa por la paleta, golpea en el hueso y se desliza hacia abajo dañando músculos, tendones y cartílagos.
Bandido cabecea con fuerza. Paquín trastabilla, suelta la espada y apoya la mano derecha en la arena.
Sacando fuerzas de algún rincón de su herencia guerrera, Bandido carga contra el torero alzándolo en el aire. Una brisa gélida cruza sobre la arena manchada de sangre. El recuerdo de Dominguín calla aún más a la multitud.
En el silencio absoluto del ruedo se oye otra vez la voz.
- ¡BANDIDO! ¡NOOOO!
Una figura salta a la arena y la gente ve, horrorizada, a un joven correr hacia el toro. Este, desentendiéndose de Paquín, se vuelve hacia Jesús y avanza un paso con mucha dificultad.
Se escucha un grito:
- ¡Cuidado chaval que es muy peligroso!
Varias personas corren. Unos sacan al torero herido mientras otros rodean al animal ensangrentado y al joven.
Un ayudante que porta un fusil, creyendo que Bandido atacará al joven, apunta y dispara en el momento que un hombre mayor se tira sobre el arma.
Jesús se abraza a la cabeza sangrante. Una línea roja ha aparecido en el pecho del animal.
Alguien del público se pone de pie y grita:
- ¡Dejadle vivir, por Dios!
Otro espectador une su voz.
- ¡Que viva!
Pronto miles de voces gritan.
- ¡Que viva! ¡Que viva!
El espectáculo es terrible: un jovencito abrazado al animal, dos hombres caídos en la arena, Don Salvador y el guardia armado. Varias personas corren portando una camilla con el torero herido.
En el palco de honor, la alta figura del rey de España, de pie, alza ambos brazos y se escucha un toque de clarines mientras los dos hombres caídos se levantan sacudiendo sus ropas.
Final
Han pasado varios meses. En el rancho “El Toro Bravo”, apartado del resto de la manada, hay un nuevo semental.
Por una vez no se ha respetado la tradición centenaria.
Es blanco.
Camina con dificultad.
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